Los invito a compartir las palabras del Lic. Ricardo Moscato, Rector del Colegio del Salvador, escritas especialmente para el Blog.
15 de mayo 2011
Querido equipo de Primaria: directivas, maestras y colaboradores
Ante todo felicitaciones por esta iniciativa del “mate pedagógico”, este compartir miradas y reflexiones sobre nuestra tarea cotidiana de educar a los chicos que nos son confiados. El “rito del mate”, real y “virtual”, expresa valores que queremos cuidar y promover como colegio jesuita: una cultura del encuentro, un compartir calidez en vínculos humanos sanos, un buscar calidad en un perfeccionamiento profesional cotidiano, un aprender siempre, un aprender para otros. Y expresa paciencia y alegría al acompañar el proceso educativo de los chicos. Paciencia activa y no resignada. Alegría sencilla y esperanzada en los tiempos largos de la acción de Dios. Como sabemos y a veces olvidamos, las instituciones no educan “por inercia”. Somos personas que educamos personas y mas allá de los “funcionalismos eficientistas” que también padecemos en la pedagogía, el acto educativo es encuentro cualificado que permite a los que se asoman a la vida el desarrollo de los talentos que Dios nos regaló para ponerlos al servicio de los demás y con ello “volver” a Dios. En lenguaje de San Ignacio: MAGIS y “en todo amar y servir”.
Y es oportuno volver a preguntarnos ¿tiene importancia la reflexión pedagógica para la práctica educativa? En tiempos alterados como los actuales ¿tiene sentido el esfuerzo y dedicación empeñado por ustedes en la tarea cotidiana y en estas “pausas de estudio y reflexión”? A preguntas parecidas respondió Joham Friedrich Herbart en la clase inaugural de uno de los primeros cursos de pedagogía a nivel universitario en 1802 en la Universidad de Gottingen:
“En otras palabras la teoría junto con la reflexión, el pensamiento y la investigación preparan al educador, no tanto para sus futuras actuaciones concretas, sino más bien a sí mismo, a su espíritu, a su inteligencia y a su corazón para aprehender, para comprender, para percibir y para juzgar los fenómenos que le desafían y la situación en que él se encuentre. Si se ha perdido de antemano en estrategias generales, las circunstancias concretas lo harán fracasar, pero si se ha armando de principios, éstos van a iluminar sus experiencias y le enseñarán como ha de proceder cada vez. Si no sabe diferenciar lo importante de lo insignificante, descuidará lo necesario y privilegiará lo inútil. Si confunde falta de educación con la debilidad mental, o la rudeza con la malicia, sus alumnos se van a desorientar y lo intimidarán diariamente con enigmas desconcertantes. Por el contrario si conoce los puntos esenciales los fundamentos de su tarea y los rasgos básicos de las buenas o malas disposiciones naturales de los jóvenes, sabrá dar a sus alumnos toda la libertad necesaria que es necesaria para la alegría, sin olvidar por ello los deberes, sin perder la disciplina y sin dejar la vía libre a la tontería o al vicio…” Y concluía que “hay una preparación para el arte por la teoría, una preparación de la inteligencia y del corazón”.
Se trata entonces de profundizar la preparación para el arte de educar por la teoría, pero ante todo de una preparación de la inteligencia para mirar en profundidad y mirar lo que otros no ven, discernir lo que otros confunden y de la preparación del corazón para actuar en consecuencia.
Mirando el contexto estamos desafiados a superar una pedagogía del fracaso y la decepción que se ha instalado en el mundo educativo. Un círculo vicioso que habilita discursos y prácticas escolares cargadas de imposibilidad e impotencia acompañadas con sentimientos de angustia y desesperanza. Es un contexto que debemos discernir para no caer en su trampa renunciando a nuestra misión educativa que es con estas familias y estos chicos, sin falsas idealizaciones y enriqueciéndonos del sano realismo esperanzado que surge de la antropología ignaciana.
Desde el “modo de proceder ignaciano” quien ejerce el servicio de la autoridad como directivos o docentes es llamado a hacerlo desde la “edificación del otro”, a través del ejemplo y el diálogo, desde el deseo profundo que la otra persona, alumno, padres, colegas, se lleve algo constructivo para su vida. Es el desafío de seguir profundizando la construcción de nuestros equipos de de reflexión y acción educativa. Como nos enseña San Ignacio: “no asustarse de las grandes empresas y sin embargo tener en cuenta las pequeñas cosas, eso es de Dios “.
Que María, Madre del Salvador, con su ternura paciente, nos renueve, en esta pequeña comunidad del Salvador, la vocación educadora “con y para los demás”.
15 de mayo 2011
Querido equipo de Primaria: directivas, maestras y colaboradores
Ante todo felicitaciones por esta iniciativa del “mate pedagógico”, este compartir miradas y reflexiones sobre nuestra tarea cotidiana de educar a los chicos que nos son confiados. El “rito del mate”, real y “virtual”, expresa valores que queremos cuidar y promover como colegio jesuita: una cultura del encuentro, un compartir calidez en vínculos humanos sanos, un buscar calidad en un perfeccionamiento profesional cotidiano, un aprender siempre, un aprender para otros. Y expresa paciencia y alegría al acompañar el proceso educativo de los chicos. Paciencia activa y no resignada. Alegría sencilla y esperanzada en los tiempos largos de la acción de Dios. Como sabemos y a veces olvidamos, las instituciones no educan “por inercia”. Somos personas que educamos personas y mas allá de los “funcionalismos eficientistas” que también padecemos en la pedagogía, el acto educativo es encuentro cualificado que permite a los que se asoman a la vida el desarrollo de los talentos que Dios nos regaló para ponerlos al servicio de los demás y con ello “volver” a Dios. En lenguaje de San Ignacio: MAGIS y “en todo amar y servir”.
Y es oportuno volver a preguntarnos ¿tiene importancia la reflexión pedagógica para la práctica educativa? En tiempos alterados como los actuales ¿tiene sentido el esfuerzo y dedicación empeñado por ustedes en la tarea cotidiana y en estas “pausas de estudio y reflexión”? A preguntas parecidas respondió Joham Friedrich Herbart en la clase inaugural de uno de los primeros cursos de pedagogía a nivel universitario en 1802 en la Universidad de Gottingen:
“En otras palabras la teoría junto con la reflexión, el pensamiento y la investigación preparan al educador, no tanto para sus futuras actuaciones concretas, sino más bien a sí mismo, a su espíritu, a su inteligencia y a su corazón para aprehender, para comprender, para percibir y para juzgar los fenómenos que le desafían y la situación en que él se encuentre. Si se ha perdido de antemano en estrategias generales, las circunstancias concretas lo harán fracasar, pero si se ha armando de principios, éstos van a iluminar sus experiencias y le enseñarán como ha de proceder cada vez. Si no sabe diferenciar lo importante de lo insignificante, descuidará lo necesario y privilegiará lo inútil. Si confunde falta de educación con la debilidad mental, o la rudeza con la malicia, sus alumnos se van a desorientar y lo intimidarán diariamente con enigmas desconcertantes. Por el contrario si conoce los puntos esenciales los fundamentos de su tarea y los rasgos básicos de las buenas o malas disposiciones naturales de los jóvenes, sabrá dar a sus alumnos toda la libertad necesaria que es necesaria para la alegría, sin olvidar por ello los deberes, sin perder la disciplina y sin dejar la vía libre a la tontería o al vicio…” Y concluía que “hay una preparación para el arte por la teoría, una preparación de la inteligencia y del corazón”.
Se trata entonces de profundizar la preparación para el arte de educar por la teoría, pero ante todo de una preparación de la inteligencia para mirar en profundidad y mirar lo que otros no ven, discernir lo que otros confunden y de la preparación del corazón para actuar en consecuencia.
Mirando el contexto estamos desafiados a superar una pedagogía del fracaso y la decepción que se ha instalado en el mundo educativo. Un círculo vicioso que habilita discursos y prácticas escolares cargadas de imposibilidad e impotencia acompañadas con sentimientos de angustia y desesperanza. Es un contexto que debemos discernir para no caer en su trampa renunciando a nuestra misión educativa que es con estas familias y estos chicos, sin falsas idealizaciones y enriqueciéndonos del sano realismo esperanzado que surge de la antropología ignaciana.
Desde el “modo de proceder ignaciano” quien ejerce el servicio de la autoridad como directivos o docentes es llamado a hacerlo desde la “edificación del otro”, a través del ejemplo y el diálogo, desde el deseo profundo que la otra persona, alumno, padres, colegas, se lleve algo constructivo para su vida. Es el desafío de seguir profundizando la construcción de nuestros equipos de de reflexión y acción educativa. Como nos enseña San Ignacio: “no asustarse de las grandes empresas y sin embargo tener en cuenta las pequeñas cosas, eso es de Dios “.
Que María, Madre del Salvador, con su ternura paciente, nos renueve, en esta pequeña comunidad del Salvador, la vocación educadora “con y para los demás”.
Ricardo
Gracias Ricardo por animarnos y alentarnos en la tarea cotidiana. Judith.
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