Compartimos la 4° parte del artículo propuesto por el P. Agustín Rivarola SJ, Director de Pastoral de nuestro Colegio. Sin dudas el olfato es el sentido que más nos hace volver a pasar por el corazón aquellas experiencias que nos acompañaron desde que nacimos. El conocer más nuestros sentidos, nos permite entendernos mejor a nosotros mismos y a los demás. Para que sabiendo integrar todo esto, lo pongamos al servicio de los niños y los jóvenes que nos han sido confiados.
Hoy: El oler
De los cinco sentidos, tal vez sea el olfato el que tenga una mayor capacidad evocadora. Sin duda, habremos sido alguna vez sorprendidos por algún olor que ha hecho emerger en nosotros escenas olvidadas en algún lugar recóndito de nuestra memoria. Por otro lado, todos sentimos una atracción espontánea por los perfumes y una repulsión visceral por las pestilencias. Insultar a alguien llamándolo «perro», a pesar de tratarse de un animal entrañable y de estar considerado «el mejor amigo del hombre», se debe precisamente a la repulsión que nos causa el hecho que huela sus propias heces. En otro orden de cosas, en el mundo de la publicidad, los anuncios de perfumes son los que tienen unas evocaciones eróticas más explícitas. Ello indica que el olfato remite a un instinto básico muy primario.
El olfato también está presente en el espacio sagrado. El antiguo uso del incienso en las celebraciones muestra que la Liturgia era un lugar en donde el cosmos era convocado a través de los cinco sentidos, para ser recreado. Ese incienso, cada vez más escaso en nuestras liturgias –o utilizado ideológicamente-, ha sido recuperado en los lugares más inverosímiles gracias a esas pequeñas varillas venidas de Oriente. Entre los olores inhóspitos del metro, podemos vernos sorprendidos por una ráfaga de aroma procedente de una mesita donde se venden velas, objetos e imágenes de las religiones más diversas. Una brecha de misterio en el corazón de nuestras cavernas urbanas...
El ejercicio iniciático del olfato está asociado a la emanación de las personas y de la calidad ambiental que un espacio humano o natural desprende. Lo que otros sentidos tal vez no pueden percibir, lo percibe el olfato. El olfato, en este sentido, es cercano al discernimiento. De alguien que tiene intuición se dice que «tiene olfato». Porque las personas, como los grupos y los ambientes, desprendemos emanaciones, es decir, emanamos aquello que nos habita. Ya San Pablo habló de «esparcir por todas partes la fragancia del conocimiento de Cristo» (2 Cor 2,14) y de ser «fragancia de Cristo para Dios» (2 Cor 2,15); y San Ignacio, de «oler la infinita suavidad y dulzura de la Divinidad» [EE, 124]. Por el olfato, pues, podemos discernir de qué están habitadas las personas y situaciones, a la vez que percibir el grado en que están cargadas o vaciadas de Presencia. No para juzgar, sino para orientarnos y poder orientar.
P. Xavier Melloni Sj
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