Hoy: el Pensar
Dice un proverbio chino que «cuando los ojos son liberados, se comienza a ver; cuando los oídos son liberados, se comienza a oír; cuando la boca es liberada, se comienza a gustar; y cuando la mente es liberada, se alcanza la sabiduría y la felicidad». ¿Liberados de qué? De la autoreferencia. Quizá la peor enfermedad que padezca Occidente sea la de haber perdido la capacidad de asombro y de agradecimiento, es decir, la capacidad de apertura a lo otro, a los otros y al Otro. Lo que dice el proverbio chino, como el comienzo del libro del Génesis, es que el estado original de los sentidos y de la mente es la contemplación y la admiración, y no la devoración o la sospecha. La existencia, antes que ser un problema, es una ofrenda. De este modo, pensar la realidad es recibirla; o, lo que es lo mismo, pensar es agradecer («denken ist danken»), a decir de Heidegger.
Así, la inteligencia está llamada a «sentir» el mundo como Tabernáculo de una Presencia. Esa Presencia se manifiesta cuando la persona, convertida ella misma en ofrenda, transita por sus sentidos no para arrebatar ni devorar el mundo, sino para acoger y recibir lo que le es entregado. El pensar teológico deviene entonces discernimiento –conocimiento sentiente- de esa Presencia adveniente, tanto más transparente cuanto el modo de estar en el mundo se hace más oblativo y menos devorante.
Para ello hemos visto la importancia del ejercicio cotidiano de los sentidos, susceptibles de convertir en sagrada la aparente profanidad del mundo. También hemos visto que la liturgia y los relatos de la resurrección son excelentes ocasiones para presentir esa Presencia: porque tanto en la resurrección corporal de Cristo como en los sacramentos, los sentidos son convocados a la vez que transformados. A través de ellos alcanzamos una forma de ver, oír, oler, palpar, gustar... que abre a la percepción de esa Presencia y a la revelación del sacramento del hermano.
De este modo, en el mundo y a través del mundo podemos recrear la experiencia de los primeros discípulos: «... lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que nuestras manos han palpado acerca de la Palabra de la vida. Pues la vida se manifestó, y hemos visto y testificamos y os anunciamos la vida eterna que estaba en el Padre y se nos manifestó» (1 Jn 1,1-2).
P. Xavier Melloni SJ